22 sept 2009
Iguala y la bandera nacional Mexicana
EL 24 de febrero, muchos recordamos que el verdadero objeto de celebración de este día no era la bandera, sino del plan con el cual se realizó la independencia de México en 1821.
No es que no amemos nuestra bandera. Nos resulta significativa por dos razones: porque es nuestro símbolo nacional, y también porque es la expresión gráfica del plan mediante el cual nos convertimos en una nación libre. Amamos y respetamos a nuestra bandera, pero también amamos y respetamos la verdad.
El Plan de Iguala se proclamó el 24 de febrero de 1821, hace exactamente 186 años. En esa época y dadas las circunstancias políticas en España, los novohispanos se sentían profundamente amenazados en aquello que más amaban, su religión. Insisto, esto era lo que ellos percibían. No es ningún secreto que a México lo mueve la política, pero lo mueve mucho más la religión.
En 1821, el Plan de Iguala garantizaba el ejercicio de la religión católica (blanco) mediante la independencia política (verde). Y para evitar el temor que causaba el recuerdo de las pasadas guerras de independencia, se garantizó también la vida y bienes de todos los ciudadanos, fueran del color o condición que fueran (rojo). Es decir, los hombres de todas las etnias nacionales serían iguales ante la ley y se respetarían sus derechos y haberes. En esto Iguala superó a los Estados Unidos, ya que en México no habría esclavos.
Este plan proponía continuar bajo el sistema monárquico que existía desde los emperadores Mexica y posteriormente bajo los Austrias y Borbones. Nada de extraordinario tenía. Pero no sería una monarquía despótica ni absoluta, habría división de poderes y una constitución. Es decir, la modernidad de los grandes pensadores ingleses y franceses del siglo de las luces iluminaba este plan.
La verdad es que Iturbide representaba un enorme peligro para los intereses de los Estados Unidos. Había sido un magnífico e invicto militar, en México contaba con una popularidad verdaderamente universal, y nuestra nación lo consideraba un agente de la Providencia Divina, como lo proclaman las monedas de su época, y por todo esto se le había elevado al rango de emperador, con la firma y beneplácito de Valentín Gómez Farías, entre muchos otros liberales.
A los políticos estadounidenses les alarmaba la similitud que parecía existir entre Iturbide y Napoleón, quien apenas se esfumaba de la escena política internacional. Alejandro de Humboldt ya les había advertido en su “Ensayo Político” que, en las circunstancias adecuadas, México sería un rival imparable. Con mayor población, mayores recursos, mayor territorio y una mano firme que guiara, México estaba llamado a dominar la economía continental, no los Estados Unidos.
No es ninguna casualidad que a unos cuantos meses de la caída de Iturbide y de la derogación del Plan de Iguala y Tratados de Córdoba, en ese mismo año de 1823, el presidente Monroe hubiese declarado unilateralmente el “protectorado” de latinoamérica por los Estados Unidos. Las antiguas colonias españolas resultaban ahora ser del interés de los Estados Unidos, y “nadie” estaba autorizado a “meterse” con ellas. Latinoamérica sería para los norteamericanos.
Y como parte del “paquete de protección” entraba el rechazo de los Estados Unidos a cualquier forma monárquica o aristocrática en Latinoamérica. Era bien sabido que en los sistemas monárquicos, las casas reinantes formaban lazos de sangre y de lealtad con las casas con las que se enlazaban por matrimonio, y que esto se podía traducir en ayuda militar contra los Estados Unidos. Este país declaró que le interesaba que en Latinoamérica floreciera el sistema republicano, ya que era mucho más manejable una república que una monarquía, por las razones que he explicado.
Y me siento apenado al decirlo, pero apenas a meses de la declaración estadounidense, México se convirtió en república y adoptó una constitución casi idéntica a la de los Estados Unidos. No me apena que haya tomado la forma republicana, sino las razones por las que lo hizo.
Realmente se ha minimizado casi totalmente el valor que tuvo Iturbide para nuestra nación, acusándolo, como en su tiempo lo hicieron con Napoleón, de incongruente, oportunista y advenedizo al trono. Pero suponiendo —sin conceder— que lo hubiera sido, sus servicios para nuestra patria fueron inmensamente mayores y perdurables.
En lo personal, yo no milito en ningún partido político ni me interesa pertenecer a ninguno. Tampoco soy un clerical. Al clero lo respeto, pero me mantengo a una sana distancia. Al escribir lo hago sin pasiones ni consignas partidistas, sino con la mirada del historiador, del académico que está muy por encima de esas cosas. Es simple el asunto: la historia es aquello que ocurrió y dejó huella documental, nos guste o no, nos convenga o no. No podemos cambiar la verdad histórica por otra hecha a nuestra medida y para nuestros propósitos o gustos.
Texto del Dr.Sergio Antonio Corona Páez
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Estoy promoviendo un sitio relacionado con la política para el año 2010 que Ustedes pueden visistar.
ResponderBorrarhttp://constituyentecivil-mexico2010.blogspot.com
Saludos.
Alfredo Loredo.
MUY BUEN TEXTO FELICIDADES POR LA APORTACION. DR ORTIZ
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