25 jul 2007

Mi bar, mi whisky y mi putita

Por:

Nallely Esparza

Ése día, una cortina de humo se abrió exponiendo tu mirada en la parte trasera de aquel bar donde siempre me tomaba tres whiskies en la barra.

Tu boca mansa y temblorosa nació después como un botón de rosa enardecido bajo un sol de mayo.

Pensé cuánto costarían esas piernas cenizas que plácidamente se abrirían para regalarme sabiduría.

Pero la enérgica visión de unos ojos de niña enterneció mi mente y pensé en llevarte a la plaza a comprar un helado, aunque aún así te tocaría los pechos que sobresalían de un pronunciado escote color negro.

Pregunté tu nombre y me devolvieron una cifra que imaginé grabada en la lápida que te albergaría ya de vieja; pero se me olvidó instantáneamente cuando cruzaste la pierna derecha sobre la izquierda colocando tus nalgas al borde de la silla de Tecate.

Noté que tenías un tic en el ojo y me pareció seductor, sonreí y en ese momento imaginé que me había burlado del gesto.

Tomé el último trago y lo clavé en la barra, tres pasos di y me detuve en la rocola, acomodé un cd de José Alfredo y canté disperso hacia la pared, deseando que fueran tus ojos los que se reflejaran en la ventana que daba hacia un pasillo que recordé, conducía a unos lúgubres cuartos donde por treinta pesos, el sexo reinaba.

No sabía que decirte, tu estabas sola; por lo que me quedé viendo cómo tu cajetilla de cigarros se iba vaciando por completo.

Pensé tendrías unos pocos años de haber dejado el biberón y fantaseé arrullandote en una mecedora con la sangre escurriendo desde tu entrepierna hasta los tobillos como ardientes lenguas de fuego.

Tus medidas eran perfectas, lucías robusta y llena de vida; la cadencia de tus caderas figuraban el inicio de un bacanal arrabalero.

Un vendedor de rosas pasó y te compré una color melocotón que me dije, le vendría bien a tu oreja que resaltaba entre la oscura melena.

Me sedujo la idea de caminar atado a tu cintura rebosante por la avenida donde la prudencia era saber que ibas rumbo a mi cama.

Me decidí y me encaminé hacia ti con la decisión en las botas y la inseguridad en los brazos que me temblaban.

Unos quince pasos di y al acercarme te quedaste inmóvil, viéndome directamente hasta que caí en el abismo de que eras un afiche, un póster cualquiera de una viciosa marca americana.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario